miércoles, 4 de noviembre de 2015

El conejo de la Luna


Había una vez un Anciano que vivía en la Luna y cada noche observaba la Tierra para ver como estaban sus animales y gente. Sonreía al verles descansar después de un día de duro trabajo, después les guiñaba un ojo al ver a los niños dormir. Planeaba sobre ríos y lagos, iluminando las olas y la orilla. Entonces se iba a otras tierras.

Una noche, el Anciano se detuvo en el cielo de un bosque de Japón. Los animales que lo habitaban parecían vivir en paz y armonía. De repente vió a un mono, a un zorro y a un conejo que vivían juntos. El Anciano empezó a preguntarse por esos animales que había visto y después de un rato quiso conocerles.

"¿Cuál de estos amigos es la criatura más amable?" se preguntó a si mismo mientras observaba al conejo corriendo por los campos. "Me pregunto cual será el más generoso" dijo suavemente viendo como el mono se columpiaba en un árbol. "Me pregunto cómo serán verdaderamente", dijo al ver al zorro mientras hacía su cama. "Necesito saber más de mis criaturas."

El Anciano flotó durante un rato más pero su curiosidad pudo con él. "Debo ir a verlos por mi mismo" dijo, y porque el Anciano de la Luna era una criatura mágica, fue capaz de transformarse en un pobre mendigo. De esta forma, bajó a la Tierra.

Caminó por el bosque hasta que llegó al claro donde el mono, el zorro y el conejo vivían. Cuando los tres le vieron, le miraron con los ojos brillantes.

"Buen día,señor" dijo el conejo "¿Qué tal está?"
"Bienvenido a nuestro bosque" dijo el mono, y el zorro hizo una reverencia.
"Oh,amigos" dijo el Anciano apoyándose pesadamente sobre su bastón, "No estoy muy bien. Soy viejo y pobre, y tengo mucha hambre. ¿Creéis que podéis ayudarme?"

"Claro que le ayudaremos" dijo el mono.
"Siempre ayudamos a nuestros amigos" añadió el zorro.
"Le buscaremos algo de comer" dijo el conejo, y sin dudarlo, el trio salió corriendo, cada uno en busca de comida para el pobre mendigo.

El Anciano se sentó en el suelo, apoyándose contra un árbol. Miró al cielo y sonrió " Son buenos animales" se dijo a si mismo, "Y tengo curiosidad por ver quien es el más generoso."
Pronto, el mono volvió, cargando un montón de fruta. "Aquí tiene" dijo el mono "Los plátanos y las bayas son deliciosas. Y coja estas naranjas también, y estas peras. Espero que disfrute mi regalo."

"Gracias, mi amigo. Eres amable" dijo el mendigo, y antes de que hubiera acabado de hablar, el zorro apareció corriendo en el claro. Llevaba un gran pescado fresco entre sus dientes, y lo dejó delante del mendigo.
Una vez más, se inclinó ante él.

"Mi amigo" dijo el zorro "Le ofrezco un pescado fresco para que cese su hambre. Espero que le satisfaga"
"Tu también eres amable" dijo el Anciano. "Nunca supe cuán amables eran los animales del bosque".
"Claro que somos amables" dijo el mono con orgullo.
"Y se nos da bien encontrar comida" añadió el zorro.

Entonces, los tres se sentaron a esperar a que el conejo volviera.
Mientras tanto, éste corrió por el bosque y sin importar cuánto lo intentó, no pudo encontrar comida para el mendigo. Al cabo de un rato volvió al claro.

"Amigo" grito el mono,"¡has vuelto!"
"Sí" dijo el conejo apenado, "pero tengo que pediros un favor, amigos míos. Por favor, Hermano Mono, ¿recogerías madera por mi? Y tu, Hermano Zorro, ¿con esta madera harías un gran fuego?"
El mono y el zorro se fueron a hacer lo que su amigo les había pedido, y el mendigo aún sentado en silencio observaba curiosamente.

Cuando el fuego estuvo encendido, el conejo se giró al mendigo. "No tengo nada que ofrecerle más que a mi mismo," dijo. "Saltaré al fuego, y cuando esté asado, por favor, cómame. No podría verle pasar hambre".

Entonces el conejo se preparó para saltar, pero el mendigo tiró su bastón y se desprendió de sus ropas. Se puso de pie y los animales, viendo esa extraña transformación empezaron a temblar de miedo.

"No temáis" dijo el Anciano. "Verás, Conejo, soy más que un mendigo, y he visto que eres más que generoso. Tu amabilidad no tiene límites pero debes entender que no te deseo ningún mal. No quiero que te sacrifiques por mi comodidad. Te llevaré a casa conmigo, donde pueda vigilarte y asegurarme de que nunca serás lastimado."

El Anciano de la Luna cogió al conejo en brazos y se lo llevó con él a la Luna. El mono y el zorro se quedaron mirando asombrados, pero en el fondo estaban agradecidos, pues no le deseaban ningún mal a su amigo.

Si miráis atentamente a la Luna cuando está llena y brilla, veréis al conejo ahí, viviendo en paz, descansando en los brazos del Anciano, ayudándole a que nos cuide a todos nosotros.

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